31.12.06

31 DE DICIEMBRE DE 2006
Guanajuato, Gto.
Cuévano.



Con las manos congeladas picar el apio. El dulzor aromático de las finas hierbas. Mientras en la cocina labor, el recuento de lo que se fue. De lo que vino. Tararear. Cánticos que traspasan las paredes. Siglo XVI.

Puedo nombrar las capas de cada una de las cebollas. Y deletrear en murmullo apenas. Sonreír cuando un iceberg viene lento deslizándose. Y cuando lo percibo situarse al centro de mi frente. Escuchar mi voz. Y todas las voces. Qué alegría. Qué calor.

Las múltiples recetas de la crema de leche.

Tener tanta sed.

Pero tanta.

Repetir:

Lo que brilla con luz propia
nadie lo puede apagar.
Su brillo puede alcanzar
la oscuridad de otras cosas.


Encender todas las velas

delicadamente.

27.12.06

DE PELIS



Hoy iremos a ver El Laberinto del Fáunulo. A ver qué tal.

26.12.06

33


Las dos partes visibles del ocho. Las dos partes invisibles forman el horizontal infinito.

...

Siempre supe que nunca llegaria a los treinta y tres.
Por eso heme aqui.

...

En realidad 33 son 8. (De frente y besa que te besa).

...

He de cantar:

Soy feliz,
soy una mujer feliz y quiero que me perdonen,
por este dia
los muertos de mi felicidad.

...

El solsticio de invierno y la noche mas larga. Como eso.

...

Saber que a los 33 ya no soy la misma. Soy mejor.

...


Y las mañanitas en español. Los libros, libros, libros.

Y luego

Dumont Chocolatier o postal del periodo oriental de Van Gogh.

Y un par de dias despues:

El baile, la guirnalda, el agua cristalina, las rocas debajo.

El descenso. La entrada. La Pila. La Fuente. Las fotos y

(otra vez el agua)

Y la escalera y la cueva y las piedras y la sed:

El panorama.

Lo azul oscuro sobre el verde fiel. El caballo blanco. Pulqueitud mas que pulcritud.

La luz. Las velas. La mesa. La guirnalda en blanco: festiva.

La magnifica cena.

Las personas que amo.

Las personas que me aman.

El veintiuno de diciembre señoras y señores, anuncio que a las 5:32 pm cumpli 33.

Y despues de alla, me encuentro aqui

todavia con mi abrigo de felicidad:

Las personas que amo.

Las personas que me aman.

Las que me amaron.

Las que me amaran.

(Las que amarantare)

La Noche y la nochebuena giganta. Iztafiate: Artemisa mexicana.

El cuadro de alguien que hoy me pertenece a mi.

(De mis regalos siempre conservo la intencion)

Y la idea de que siempre me faltara llegar al siguiente año otra vez.

Sepase:

los acentos en este post luego vendran.


...

21 diciembre 2006
La noche más larga


Un solsticio, una tarde que me es imposible recordar, nació una mujer. Una mujer itinerante, acertante (no errante), una mujer que dibuja y escribe y habla como si el aire fuera de papel, como si las letras fueran de colores, como si los trazos fueran verbos. Nació una mujer con amor y con amor empieza su nombre en tercera persona y en infinito infinitivo. Si me apuran, también en subjuntivo y eso incluye el universo.

Un día 21 como el que corre, como el que se lanza al azar esperanzado como a un mar, floreció. Ella es una mujer que tiene impedido marchitarse, y no lo hace. Y no lo hará.

La hermandad, esa cósmica casualidad, nos envuelve en un abrazo trascendente. Celebremos que estamos allí, mirando el cielo.

Francisco Caballero Prado

...

Tuesday, December 19, 2006

BREVE CATÁLOGO DE GESTOS INVERNALES
[en La Mano Oblicua, columna martiana del periódico mexicano Milenio, sección de cultura]

[para Amaranta Caballero Prado: solsticio de invierno: 33]

Los dedos que se entrecruzan al rodear el cuerpo de la taza del café humeante. El pie derecho sobre el izquierdo, el izquierdo sobre el derecho, intermitentemente: todo esto en una parada de autobús, una mañana. Atisbo de danza. La suave inclinación de la espalda cuando se quiere cueva o esquina más lejana del mundo o escudo contra la ventisca o montaña. Los labios semiabiertos por los que emerge, sin mediación alguna de la consciencia, el vaho de la respiración. Los hombres, aunque especialmente los niños, que esconden los puños en las mangas del suéter. La prisa del transeúnte que, unida a las otras prisas de los otros transeúntes, hace de las calles navideñas un eterno fast-forward. La mano derecha que soba la izquierda y viceversa. El espanto en los ojos de quien se introduce por primera vez bajo las sábanas frías. El titiritar de los dientes. Ese leve ruido. El temblor incontrolable de la rodilla. El temblor incontrolable de la mano que, fuera del bolsillo del abrigo o del pantalón, se suspende en el aire para intentar detener un taxi. Las mejillas rojísimas de los niños que corren a campo traviesa, de bajada, un mediodía. El punto de contacto entre la barbilla y el esternón bajo la bufanda. La arruga en el entrecejo ante el cierre atorado: el fin de la chamarra favorita. La placidez del que duerme sobre el pasto, con los brazos abiertos, bajo la vertical luz del mediodía. Los ojos que, temiendo el enfrentamiento con el viento, se concentran con natural convicción sobre la punta de los zapatos. Un universo ahí, entero. El cuerpo hecho bolita bajo las cobijas, especialmente cuando suena el despertador y, al abrir los ojos, queda comprobado que todavía es de noche. La manera en que se cierra la puerta, rápido y de golpe, para evitar que se introduzcan las ráfagas de diciembre en la cocina. Las manos de la mujer bajo las axilas del hombre: escena inolvidable de Confesiones de un payaso, de Henrich Böll. La mirada inmóvil detrás de una ventana de un segundo piso, una tarde de viernes (con espía). El cuenco que forman las manos frente a la tibieza de la boca. La premonición de la parte posterior de los muslos justo antes de posarse sobre el asiento de la taza del baño. La frente sobre el volante cuando los limpiabrisas no pueden hacer nada contra el hielo que cubre el parabrisas y uno tiene prisa y todo se destruye alrededor. La placidez casi divina en el rostro del que toma el primer trago de té o de ponche (de preferencia con piquete). Los abrazos de rigor cuando ya no son de rigor. Esos. El salto que provoca la mejilla helada que roza la mejilla tibia en el momento del beso social. Ese roce. La energía caliginosa del cuerpo que sale de la regadera a las 6 de la mañana mientras afuera llueve o nieva o pasa el viento racheado. La boca que produce el vaho que empañará el vidrio sobre el cual el niño escribirá mensajes en clave a sus fantasmas secretos. El asombro que provoca el pasto congelado bajo la primera luz matutina. Un reflejo. Un brillo. Un relámpago. El súbito rechazo, acompañado de grito, cuando la lengua se escalda con el chocolate caliente o el atole hirviendo. Esa serenidad, acaso primitiva o acaso posthumana, en la mirada del que oye con mucho cuidado, con total atención, el ruido del fuego en la chimenea, el bosque, el barrio. La súbita parálisis en brazos y piernas al despojarse de la pijama y entrar, de esa forma intempestiva y cruel, a la ropa de diario. La manera indescriptible en la que se observa la majestuosidad de algo como un volcán muerto y cubierto del color blanco. Las manos juntas, en una cercanía acaso religiosa, entre los muslos. La inclinación pensiva de la cabeza cuando se constata que los alcatraces y los geranios sobrevivieron, contra toda probabilidad, la helada. El gesto de generosidad de la madre naturaleza, eso. El niño que trata de tocar las alas de las mariposas monarca (no confundir, por favor, con las mariposas bien narcas) cuando llegan, en bandada, a sus santuarios en las Tierras Altas. Las palmas de las manos sobre las orejas rojas. La rigidez de los dedos bajo el chorro de agua verdaderamente fría (en la mañana, muy temprano, o después de comer o de cenar, después de ir al baño). La mirada ansiosa del que espera lo que está por caer de la piñata herida. La desesperación ante los días cortos. El lento regusto ante las noches largas. La sensación de alivio que produce el pan recién hecho (el bolillo, la telera, la concha) en las manos, en los labios, en el paladar, en el estómago. La sonrisa ésa de placer idiota cuando el pie entra en un calcetín caliente. El zumo de las cáscaras de mandarina en el ojo derecho (Amaranta Caballero dixit). Esa manera de tallar las palmas de las manos una contra otra como si se trataran de las piedras con las que el primitivo que habita dentro de nosotros estuviera a punto de producir fuego. Una chispa. El dolor cuando los labios secos se extienden en el afán imprevisto de la carcajada compartida. Un cierto gris. Ese gris múltiple. Este.

crg.



15.12.06

ME LO DIJO UN PAJARITO...EN ESTE CASO UN MIRLO, PARA SER MÁS ESPECÍFICOS.





El periódico español 20 minutos convoca a


II EDICIÓN DE LOS PREMIOS 20BLOGS


FASES:
Inscripción: Del 13/11/06 al 20/12/06.
Aceptación de los concursantes: Hasta el 08/01/07.
Votación de los bloggers: Del 08/01/07 al 04/04/07.
Entrega de premios: 10/05/07.


¿Listos para participar?

14.12.06

EN UNOS DíAS



Volverán los links.
Los colores.
Los enlaces.
Las fotos.

(Acá entre nos: Andan de parranda).

10.12.06

HOY


Murió Pinochet.


Te recuerdo Amanda,
la calle mojada,
corriendo a la fábrica
donde trabajaba Manuel.
La sonrisa ancha, la lluvia en el pelo,
no importaba nada, ibas a encontrarte con él,
con él, con él, con él, con él.

Víctor Jara

Todo esto pasaba en 1973. ¿Y ahorita? ¿Vivimos en un dèja vu?


Carta.

8.12.06

HOY





SOBREVIVENCIA


"donde los perros reinan/
siete a uno sobre/
los humanos/
los gatos no cuentan/
siameses o lo que fueran/
sobran los ojos chispeantes/
soñando sobrevivencia".

Del libro: Et tú...Raza p.32





1) Sobrevivencia:

Sobrevive la encía. Y los dientes dentro de un sobre.
La lengua se arrastra molusca y el eco en los cráneos como cientos de pájaros okupas rebeldes de árboles. Conflictivos. Los mismos que antes fueran héroes.

La Central Intelligence Agency vive tras la encía, entre el cerebro y sobre los dientes pero más por la lengua. Eso lo sabes bien tú. ¿Qué te puedo yo decir?

Los huizaches de Guanajuato me recuerdan un poco a ti: Sus ramas cortan el aire en seco. Y siguen ahí. Y seguirán ahí. Así como los perros, que detrás de todas las puertas, muerden.

Alberto Baltazar se me llenó la vesícula de estalactitas.
Alberto Baltazar yo soy momia de Guanajuato pero sin capucha. Chapucera capucha.
Alberto Baltazar.


2) Sobrevivencia:

Cuando descubrí que L.A. es el verdadero Aztlán pensé I don't want more fights. Y me fui a recoger piedras a la península de Palos Verdes donde me encontré una asalitrada, suave, rosada estrella de mar sobre la roca ígnea y donde me encontré a un hombre ígneo, vomitado sobre una banca en medio de un multimillonario campo de golf. El negro homeless estaba herido en la frente y dormía. La estrella aguantaba las olas del mar azotándole y las piedras en esa área tienen de ocho a quince millones de años de edad. Qué obsceno. Perdón, quise decir Mioceno. El cuarto período de la Era Cenozoica.




3) Sobrevivencia:

¿Alberto Baltazar sabes por qué hoy no estoy ahí?





4) Sobrevivencia:

Te contaba sobre mi guanajuatosa vesícula. Se llenó de estalactitas.
No pude ocultar mi origen minero.
Ahora aquí en la frontera, en los últimos tiempos, me dedico a la joyería biliar.
Anillos, dijes, broches, diademas, aretes y hasta bolsos con incrustaciones de esos fríos cálculos.
Nunca pensé que mis dolores me redituaran tanto.



5) Sobrevivencia:

Sobre la vivencia estamos. ¿Y para dónde vamos?

Preguntémosle al Cojolite. O al Zopilote Rey. O al Pez Ciego.

Mi nahual es mi doppelgänger. Me ha dicho que algunas especies estamos en peligro de extinción.


6) Alurista:

Salud! Por todos los siete a uno, por los que no cuentan y por los ojos chispeantes.



7) Sobrevivencia:


En breve, la solvencia de saber vivir: El sueño.

4.12.06

MURMULLO



Este blog

como la bruja de Amherst

de blanco viste.

Pero yo

que no soy tan Emily

huelga decir,

que ha de volver al negro

-Manuel, cantaba Amparo-

y rojo

-como mi pasado, dix it-.